“Café Brasilero 1877” en letras
doradas, en ambas ventanas. Al medio, el ingreso con un ínfimo
zaguán y revestimiento de madera oscura. Del mismo material, mesas y
sillas llenan el pequeño local y el murmullo es constante al
mediodía.
En las mesas, empresarios de Ciudad
Vieja comentan chusmeríos de oficina o intentan cerrar negocios. En
la ventana derecha, cuatro mujeres ríen a carcajadas y sus caras se
iluminan con la resolana blanca que entra desde afuera, esquivando
los edificios de enfrente.
Al fondo del local está la barra,
también de madera.
En las paredes de ambos lados hay
cuadros colgados que van desde copias de obras conocidas de Touluse
Lautrec hasta una foto dentro de otra: Mario Benedetti en blanco y
negro, sentado en la misma mesa donde ahora están las cuatro mujeres
y la tapa del libro A imagen y semejanza
de Mario. El café es una postal y de ésta cuelga un cuadro que
contiene la foto con Mario y la foto, a su vez, se volvió tapa del
libro.
No hay olores
fuertes. Los platos incluyen carnes, ensaladas y sandwiches.
Un turista retacón
ingresa pidiendo “un postrecito para llevar” y, mientras espera,
recorre el bar y sus ojos se van agrandando, cámara en mano.
Finalmente se sienta y come el postre.
Además de la luz
natural, seis farolitos empotrados a la pared iluminan en forma tenue
el interior del local.
Los granos de café
brasilero o colombiano acaban de ser molidos y se sienten en el
lugar.
Cuando las mozas
caminan de una punta a otra para atender las mesas no más de diez
pasos, pero alcanzan para que las tazas tiemblen un poco. El piso de
madera acompaña sus pisadas.