Daniel saludó, afable como siempre.
Pero su voz estaba peor que la semana pasada. Tosió un poco.
-Empeoró la carraspera.
-Sí -afirmó en un susurro incómodo y
áspero.
-¿Tomaste algo caliente? ¿Un mate, un
café?
-Qué voy a tomar, si en el refugio no
hay agua.
Pausa. No hay agua... ¿No hay agua
para nada? ¿Ni para bañarse ni para tomar ni...? En varios refugios
hay un calefón de 30 litros para sesenta personas, que muchas veces
no anda o se rompe o...
Puntos suspensivos. Lleno de puntos
suspensivos.
-¿No hay agua?
-Desde hace una semana.
Llamo al PASC. No atienden.
Pruebo media hora después.
Atienden. Hablo. Interrumpen. Me derivan a otro sector. No atienden. Reboto. Te paso al otro interno. Suena. Te paso al otro interno. Atienden. Llamo para decirles que, según me contaron algunas personas del refugio
-donde asiste Daniel, y ni se me ocurre nombrarlo, tanto como él no
quiere hacer la denuncia porque puede pasar a una lista de personas
sin techo que no pasan de Puerta de Entrada- no tienen agua desde
hace una semana, por lo menos.
-Ahá, claro -del otro lado de la
línea-. Pasa que de eso se ocupa cada ONG que gestiona cada refugio.
Dicen que toman nota. Corto.