Nacer en las sombras, en la humedad, en
la mugre. En una pequeña habitación enmohecida por el encierro;
nacer entre cuatro paredes verde agua, con mamá engrillada pujando
sobre las frías baldosas. El eco de los gritos y mi llanto de salir
al mundo rebotan en el pasillo del segundo piso del edificio. En esta
madrugada, alguno de los 200 oficiales que duermen en el sector
consigue dormir.
Cinco mil personas han deambulado por
este edificio. La mayoría está desaparecida. Poco más de 200
sobrevivientes y cientos de niños apropiados que aún no recuperaron
su identidad. Cientos de militantes, obreros, estudiantes,
profesionales, vecinos, realizaron trabajo esclavo en el ala derecha,
en el Pañol y en la Pecera, trabajando en la imprenta, en el
laboratorio fotográfico, en la enfermería, en electricidad.
Engrillados y hacinados en el ala izquierda, también en penumbras,
con los vidrios de las ventanas pintados de negro y cubiertos por
cortinas, durmiendo en celdas de dos por dos metros, apilados en
camas cucheta.
Sus madres afuera, en la plaza,
reclaman su aparición con vida. Han creado un símbolo, sin
proponerselo: un pañal de tela blanca -que sus hijos usaron de
bebés- ahora es un pañuelo que envuelve sus cabezas, un pañuelo
con el nombre de sus hijos bordado. Corría el mes de abril de 1977.
***
Esas niñas y niños crecieron: algunos
conociendo su identidad, sabiendo quienes son su padre y su madre;
otros apropiados por represores, por desaparecedores.
Promediando los 20 años de edad, estos
HIJOS decidieron hacer justicia por sus padres, mientras el Estado
sostenía dos leyes de impunidad que impedía juzgar y condenar a
responsables de violaciones a los derechos humanos durante la última
dictadura militar argentina.
“Si no hay justicia, hay escrache”
fue su lema y con él movilizaron acciones para marcar en el espacio
público los hogares donde viven los perpetradores. Corría el año
1995 y los hijos se movilizaban como sus padres y madres;
actualizaban las demandas por un mundo ejor, más justo, más
solidario, más social y socialista.
Una mancha roja en el frente del
edificio. Una bomba de color rojo se estampa marcando que allí vive
un genocida.
La policía a veces reprime más, otras
menos, otras nada. Pero siempre pone mallas. Porque el escrache es
público. Porque los HIJOS buscan justicia desde la visibilidad, no
trabajan en la noche y en la niebla, desde lo clandestino, como los
milicos y policías.
8 de junio de 2012
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