domingo, 4 de mayo de 2008

Ojos Blindados

Medio dormida y con la alergia que me da cada mañana caminé a los tumbos hasta el baño. Prendí la luz y su chispazo por el cortocircuito del enchufe me despabiló un poco. El agua fría de la canilla siempre hace bien sobre un rostro taciturno, así que humedecí mis mejillas, la frente y las sienes. Eso ayudaba algo más. Una costumbre que me quedó desde pequeña, desde aquella larga conjuntivitis que pegoteaba mis pestañas y párpados, y que mamá despegaba cada mañana con un algodón humedecido con agua tibia, es lavarme la cara todos los días al levantarme.

A veces resulta un acto automático y sin importancia. Otros despertares son más complejos, cuando se mezclan lagañas y maquillaje desprolijo de la noche anterior.

Hoy no había ni pegote, ni lagañas, ni maquillaje. Mojaba mis párpados una y otra vez, refrescándolos con agua helada, pero nada. Allí seguían. Unidos. No por una mucosa extraña, sino por el sueño.

Creía, en mi cabeza, que ya estaba despierta… pero… con los párpados unidos, ¿quién puede asegurar que no sigo durmiendo?

No hay comentarios: