Registro de
resistencia
Jorge
Tiscornia tomó las únicas fotografías que existen desde el
interior del penal de Libertad cuando funcionaba como cárcel para
presos políticos durante la última dictadura uruguaya; éstas se
exponen en el CDF hasta el 10 de octubre, junto con una recreación
en plano, escala 1:1, de una celda y la proyección del almanaque en
el que este fotógrafo registró hechos de su encierro que duró 4646
días.
"Es tu responsabilidad.
Es tu problema", le dijo un amigo que estaba preso como él, pero al
frente de la Comisión de Fotografía en el penal de Libertad (o
EMR1).
Verano de 1985. Era una
mañana cálida y soleada de febrero cuando Jorge Tiscornia volvía a
tener en sus manos una cámara, tras perder su libertad 13 años
atrás. Todavía no había salido de la cana, pero ya habían
liberado a cientos de compañeros. Era de esperar que su turno
llegara pronto, aunque sin fecha pautada. Prácticamente un mes antes
de salir de Libertad, tenía la oportunidad de registrar durante 24
horas cómo se vivía allí, cómo era ese encierro.
Jorge estuvo en el
Segundo Piso Sector B hasta fines de 1984. En ese piso estaban
encerrados aquellos presos con mayor grado de “peligrosidad”,
según los criterios de las autoridades penales y de la justicia
militar. En el Sector A las celdas eran de dos reclusos; en el B, de
uno. La ventana de cada celda del Sector A daba a las barracas, a las
canchas de fútbol, al parque donde tenían lugar algunas visitas
familiares, a la ruta; la ciudad, no tan lejos. Desde el Sector B,
solo se veía el campo desolado y una torreta desde la que observaban
jugando al panóptico.
Los del Segundo Piso
sólo tenían recreo durante una de las 24 horas del día. “Y a
veces ni eso”, remarca Tiscornia. “Por cualquier cosa te podían
inventar una sanción, y [te mandaban] a la isla”, con encierros
prolongados. Distintos comentarios de ex presos políticos coinciden
en que, desde los otros cuatro pisos del penal miraban al Segundo
para ver cuándo se volverían locos; y
un registro similar tienen los propios observados, como Jorge, que
recuerda: “Se asomaban por las barandas y miraban hacia nuestro
piso”. Algunos apostaban, pero todos les daban ánimo para
aguantar, para no quebrarse.
En
1984, hacia el final de la dictadura cívico-militar en Uruguay, se
liberaron a cientos de presos políticos. Y quienes iban quedando
dentro del EMR 1 eran cambiados de piso y celda. Así, “el Ñato”
Tiscornia llegó al Quinto, donde se reencontró con amigos. Supo que
funcionaba una Comisión de Fotografía, a cargo del “Chacal”,
cuya función era sacar fotos de los presos cuando ingresaban y
salían de la prisión.
“Yo
le pregunté si tenía fotos del penal. Después de tantos años ahí
adentro, me imaginaba que sí, pero no. Entonces le dije que yo
quería sacar un registro. Pasaron los días y no me decía nada al
respecto. Hasta que un día me golpean la puerta de la celda y me
pasa en las manos la cámara, y me dice 'Es tu
responsabilidad'. Y ahí la tuve
24 horas para mí”, explica Jorge. Cada vez que empieza el relato,
sea para esta entrevista o para las visitas colectivas, sus ojos se
vuelven más celestes y cristalinos. Las imágenes de esos días son
más vívidas en su mirada, que en los revelados que cuelgan prolijos
en hilera en la Sala 1 del Centro de Fotografía (CDF) ubicado en el
ex Bazar Mitre (Avenida 18 de Julio 885).
En
las paredes cuelgan las fotos en blanco y negro; el registro
rebelado. Podemos ver desde atrás de las rejas el “Lado 1”:
“Las barracas, el lugar de visita con los niños, la carretera”,
explica el expositor, y quienes recorren la exposición junto a él
sienten que cuentan con un guía privilegiado, que sigue: “Del lado
2 vemos el campo llano, unas torretas y el quemadero donde
incineraron cientos de libros”.
Le
siguen imágenes del interior del penal: algunos corredores y una
panorámica (formada por 5 fotos unidas) de la celda de Tiscornia.
Otras fotografías individuales que muestran lo mínimo indispensable
que tenían en cada cubículo: el ángulo de la cucheta, la pileta
con los tres platos permitidos y, pegada, la taza turca; la puerta,
el mameluco gris colgando, la mesa de manualidades y un banquito. La
foto sacada de pie, desde la puerta, permite ver la biblioteca a la
derecha, la ventana enrejada en el centro y la cabecera de la cucheta
sobre el margen izquierdo. “La ventana era nuestra conexión con el
afuera, y esta imagen lo deja claro: desde la ventana lo que hay
afuera es oscuridad; más allá de que la toma sea de noche”,
sentencia Jorge.
“Esa
noche dormí con la cámara. Al día siguiente mi amigo la pasó a
buscar; fue al laboratorio, reveló el negativo y lo cortó de a dos
tomas. Me lo dio y yo lo guardé en tarjetitas de cartón ahuecadas
que metí en cajas de hojitas de afeitar. Así como los guardé y
salieron conmigo, quedaron en casa de mi padre y me olvidé de los
negativos. Tenía que vivir”, cuenta.
De
1985 a 2003 no volvió a tocar el material. Pero entre la salida del
libro Vivir en Libertad (2003)
y “discusiones con compañeros” sobre detalles de las condiciones
de encierro, Jorge buscó esas tarjetitas. En el libro se publicaron
algunas de las fotos que hoy se ven en el CDF, y la panorámica de la
celda ya fue expuesta en el CCE hace pocos años. Las restantes
fotografías se ven por primera vez y los negativos fueron donados
por el expositor al archivo del Centro de Fotografía.
Al
armar la exposición, desde el CDF le solicitaron los datos del
modelo de la cámara con que había obtenido el registro clandestino.
“No me acordaba para nada del nombre de la cámara. Entonces llamo
a un compañero [Vladimiro Delgado], que también estuvo preso
[estuvo un tiempo a cargo de la Biblioteca del Penal y participó en
la Comisión de Fotografía. Es fotógrafo] y le pregunto. Él buscó
en un librito y me dice 'Es una MAMIYA CEKOR 528 TL. 2.8 -
48 mm'”. La sorpresa fue
grande al darse cuenta que era el mismo modelo de la cámara que
tenía cuando fue detenido.
-Con
esa máquina había registrado la rebelión estudiantil del '68 y
'69, mientras yo mismo era estudiante. Cuando me detuvieron, me la
sacaron.
Caras
de asombro entre el público de la visita colectiva y la deducción
más deseada:
-¿Entonces
puede que hayas sacado fotos con tu propia cámara?
-Es
muy probable.
Escala
1:1
La recorrida ya está sobre uno de los complementos de esta
exposición de fotografía; más precisamente, sobre el plano escala
1:1 de una celda del EMR1. Conjugando la precisión como apasionado
de la arquitectura que es y el valor artístico que quería resaltar
en la muestra, Jorge re-creó junto a su hija Julia una celda,
definidendo paredes, objetos, muebles, ventanas, a partir del
reglamento interno del penal.
“El reglamento encierra mucho más que la celda. Las normas
estrechan la celda y las condiciones de vida”, afirma. “Si vos te
ponés a pensar, para vivir no necesitás mucho más espacio que
éste”, dice mientras abre sus piernas y estira sus brazos, cual
Hombre de Vitrubio: “Acá entra un Cristo con los brazos extendidos
y podés dar cinco pasos de largo”. El problema no es tanto el
tamaño, sino las reglas.
A pesar de la estricta medición de la escala, durante la
inauguración de la muestra se pudo ver a varios ex presos políticos
dando zancadas, midiendo baldosas imaginarias, para asegurarse de que
el espacio estaba bien recreado. “Está bien, pero no parecía tan
grande estando adentro”, dice un hombre de pelo canoso y abundante;
en su rostro, marcado por arrugas de expresión, se dibuja una
sonrisa socarrona y cómplice con los demás.
-Hay tantas reglas que me duele la cabeza -susurra un visitante.
-Tampoco podían escribir poesía -agrega otra.
Ambos
pisan con cuidado el material de plástico donde está impresa la
celda. “Hay resistencia a pisar”, señala Jorge. Finalmente
estamos en la celda y leemos sus paredes, sus contornos, “el muro
de los reglamentos”, al decir del expositor. Reja-reja-reja,
delimita el espacio de la ventana. Prohibido estar acostado
sin justificación, en la
cucheta. Prohibido dibujar rosa, mujer embarazada, paloma,
estrella... en la mesa de
manualidades. Las paredes que aprisionan, los caños, el WC, las
baldosas: todas son palabras que agobian. Y todo es un diseño
original armado por Julia Tiscornia en Autocad e Illustrator, bajo
las indicaciones de su padre, un fin de semana, durante ocho horas
frente a la computadora.
-En
el folleto de la exposición, con tus palabras, señalas: “Me
dediqué al registro del dolor”.
-Sí. De todo lo que escribí sobre la exposición, esa frase tiene
mucha fuerza. Pero no me refiero necesariamente al concepto físico
del dolor, sino a la situación del preso, condicionado por el poder
del carcelero, del Ejército.
-¿Cómo
soportar esas condiciones de encierro? -pregunta una visitante.
-La dictadura uruguaya, a diferencia de otras de la región, apostó
a la cárcel prolongada. Por eso es que, más allá de la tortura o
las condiciones inhumanas, el reglamento con que debíamos vivir en
la celda encierra mucho más que la celda. Lo importante, sean las
condiciones que sean, es vivir el día a día.
-También
en el folleto afirmas que “Una cámara de fotos en mis manos fue la
más pura expresión del error ajeno”.
-Claro, porque sacar esas fotos fue la puntada final de los 4646 días
allí dentro. Fue la última expresión de necesidad de registro y
decir “los cagué a los milicos”.
Después de tanto control y encierro, de pretender la alienación de
miles, alguien se animaba a violar el reglamento; como otros lo
habían hecho dibujando pájaros, a pesar de la prohibición de las
palomas; y otros habían ingresado a Marx, diseñando
encuadernaciones especiales.
Como describe Tiscornia, en su encierro -dimensionado por
fotografías, celda y almanaque-: “registro, memoria y
clandestinidad se unieron, potenciándose”.
El día a día
Tras subir al primer piso del CDF/Bazar por el ascensor antiguo, en
la pared de la izquierda cuelgan distintos televisores que proyectan
el almanaque que Jorge Tiscornia llevó adelante durante sus 13 años
de encierro, registrando la cotidianeidad del penal en tarjetas de 10
x 7 cm.
“Me procesaron”. Las vacunas. Las visitas recibidas. El control
de las cartas que llegaron a destino. La muerte de compañeros.
“Kaput noticiero domingo y miércoles”. Los recreos. “¡Cine!”.
Los juegos de fútbol. “Comienzo en Biblioteca”; “Dejo
manualidades”. “Mameluco nuevo”. “Se llevan herramientas de
manualidades en requisa”, son algunos de los miles de registros,
propios y ajenos, de lo que Jorge podía saber sobre lo que pasaba en
Libertad.
“La idea del almanaque empezó para controlar las cartas que mi
familia había recibido o no”, explica Tiscornia. “Era necesario
controlar si habían llegado o no, y cuáles habían recibido, para
seguir el hilo de lo que se decía en cada carta”; eso se amplió y
los cartones empezaron a marcar otros hechos.
José
Pedro Charlo, documentalista, director y productor, se enteró sobre
la existencia del almanaque cuando leyó Vivir en libertad,
“y supe que ahí había una historia para pensar en una película”,
cuenta. “El almanaque está lleno de percepciones individuales; un
registro no ordenado, subjetivo, cotidiano, marcado por una
organización política e individual”, remarca.
La
filmación de El almanaque llevó
casi tres años, entre pre-producción, realización de entrevistas y
edición del material. Charlo espera que el estreno sea a fines de
setiembre de este año.
Ficha:
27 de julio a 10 de octubre de 2012
Sala 1 - CDF/ Bazar (Av. 18 de Julio 885)
web: cdf.montevideo.gub.uy
· nombre personal o nombre de la institución según corresponda
· cantidad de asistentes (si corresponde)
· edad
· fecha y horario en que desean concurrir
No hay comentarios:
Publicar un comentario